ace aproximadamente diez mil años, el guepardo estuvo a punto de desaparecer de la Tierra, víctima de su propia incapacidad para defender las presas que obtiene, e incluso sus propias crías. Según los estudios genéticos más recientes, su reproducción en aquella época se produjo desde un grupo muy reducido, lo que en la actualidad les concede a todos un mapa genético muy parecido. No se ha determinado si ya entonces poseían las cualidades actuales o fueron fruto de la evolución en unas condiciones tan acuciantes para su supervivencia.5
Acostumbrado a que los carroñeros de mayor envergadura o fuerza (como la hiena, el babuino o incluso el león o el leopardo) le roben las piezas que caza, el guepardo se ha habituado a cazar en las horas centrales del día, cuando los otros felinos duermen a la sombra de los árboles.
De esta forma evita también la presencia de los turistas, que, en otros momentos menos calurosos del día, suelen estorbar con su curiosidad en el momento decisivo de la caza. El calor hará más corta su carrera, y luego todavía tendrá que arrastrar la presa hasta un escondite a la sombra donde quede a salvo de los demás.
Posee la desgracia de padecer estrés, así que en los zoológicos se aleja de los visitantes a las madres con crías y suelen mantenerse separados los machos y las hembras hasta el tiempo del celo.
Tiene una vista privilegiada, que aprovecha para observar a sus víctimas desde la distancia, tumbado en un promontorio o subiéndose a un árbol. Es paciente y tranquilo; sabe escoger su presa y esperar el momento adecuado.
Su forma de actuar es casi científica. Como un muelle que acumula energía para efectuar un único salto, el guepardo no se precipita durante la caza. Otros depredadores, como el león cuando está hambriento, desperdician energías corriendo sin mucho tino detrás de las presas.
El guepardo, en cambio, espera. Y cuando finalmente empieza a correr, acierta en la mayoría de las ocasiones. Su efectividad se ha estimado en un 60%, frente a poco más del 25% que consigue el león. El guepardo logra entre 150 y 300 presas anuales, frente a las 30 o 40 que consigue el león. Claro que el guepardo pesa tres veces menos y corre el doble de rápido.
A diferencia del resto de los felinos, sus uñas no son retráctiles sino que le sirven para aumentar la tracción. Puede alcanzar velocidades de hasta 115 kilómetros por hora, pero durante su formidable carrera no puede mantener esta velocidad más de 500 m. Se han datado velocidades en los guepardos de más de 114 kilómetros por hora, pero en casos muy aislados. La velocidad media del guepardo oscila entre los 98 y los 108 kilómetros por hora.
Suele prodigar sus atenciones a las gacelas y los impalas, aunque tampoco hace ascos a las crías de otros mamíferos, especialmente deñu y cebra.
Como buen cazador que es, escoge en cada ocasión la táctica más adecuada. Si el terreno le permite acercarse sigilosamente, pondrá en práctica toda su habilidad de felino para atacar desde lo más cerca posible, y aprovechar luego la desbandada para atacar a la víctima más cercana ignorando al resto.
Cuando el terreno es demasiado regular, estudiará la situación desde lejos esperando que algún adulto se retrase o buscando un ejemplar más vulnerable que el resto. Si no tiene más remedio, también puede comenzar la carrera desde lejos, manteniendo una carrera de fondo que separe del grupo alguna hembra en gestación o alguna cría a la que atacará enseguida.
Los guepardos son polígamos. Terminada la cría de su anterior camada, la hembra buscará uno o varios machos que la fecunden, y dará a luz una camada de entre dos y cuatro crías después de un periodo de gestación de tres meses.
Las crías suelen pesar unos 300 g, y atraen también la curiosidad de los safaris fotográficos, reuniendo en ocasiones hasta quince grupos de personas. Esta intrusión es molesta, pero constituye una alternativa económica a la caza furtiva o al tráfico de animales.
Tan pronto como la noche se lo permita, la madre trasladará a los pequeños de lugar, poniéndolos a salvo de curiosos. Menos considerados son los leones, los leopardos, las hienas y otros felinos. Si descubren la camada cuando la madre está cazando, no tendrán ningún problema en incorporar los pequeños a su dieta del día.
Los cachorros no serán capaces de seguir a la madre hasta las cuatro semanas de edad. Los otros animales, el frío y el hambre hacen estragos entre ellos antes de cumplir los tres meses. Sólo tres de cada diez sobrevivirán a este periodo.
La hembra se ocupa de los cachorros sin que el macho la ayude en ningún momento. Para enseñarles a cazar suele capturar vivas algunas crías de gacela que luego les ofrece para despertar su instinto de cazadores. A los diez meses, los pequeños ya pueden cazar algunas piezas pequeñas.
Al cumplir un año y medio, la camada pierde todo contacto con la madre, pero siguen juntos hasta el primer celo. Entonces las hembras se separan e inician su solitaria vida. Los machos, en cambio, permanecerán juntos para cazar en equipo animales de mayor tamaño, como gacelas y ñus.
Si alguno de los hermanos sufre una lesión que le impida correr, es inmediatamente expulsado del grupo. Los machos mantienen el aspecto más deportivo de la caza, la diversión, el buscar presas de cierta dificultad y mérito. Las hembras en cambio son más prácticas: cazando crías de gacela logran la mayor efectividad al menor riesgo.
Con precisión, con astucia, con minuciosidad, la caza es para el guepardo tanto una diversión como una forma de alimentarse. En ocasiones caza sin necesidad, por puro deporte o para mantener la forma. Quizá simplemente, se lo pide el cuerpo. Es el cazador perfecto.
http://es.wikipedia.org/wiki/Acinonyx_jubatus