El 11 de septiembre de 2001 me encontraba en Inglaterra, alistándome para empezar al día siguiente la segunda fase de mis vacaciones de verano de mi primer año de doctorado. Fase que habría de llevarme por seis países de Europa y Africa durante casi dos meses, si mal no recuerdo. Mi doctorado era en estrategia de seguridad nacional y guerra no convencional, así que unas semanas antes de los ataques en New York, había tenido que defender frente a los otros 10-12 estudiantes de doctorado de mi facultad, mi hipótesis acerca del terrrismo y las guerras de guerrillas como las únicas salidas posibles a tensiones en distintos puntos del planeta. En ese momento se vivía una etapa larga de tranquilidad internacional y debido a la improbabilidad de las guerras convencionales, el común de la gente y de los académicos habían extendido esa tranquilidad al resto de los escenarios políticos y diplomáticos. El director de mi facultad en persona se encargó de refutar mi hipótesis y de argumentar por qué no creía que el mundo fuera a ver un crecimiento del terrorismo o de las "pequeñas guerras" como también son conocidos este tipo de fenómenos.
El 11 de septiembre de 2001 recibí una llamada de mi hermana, quien vivía en USA, para decirme que habían atacado las torres gemelas, que algo estaba pasando. En efecto prendo la tv y me encuentro con el reporte en vivo acerca del primer ataque. Mientras discuto las imágenes con mi novia británica, nos quedamos sin palabras al presenciar en vivo el segundo ataque. A pesar de mi experiencia, mi preparación, y mis estudios en ese momento, cuando hablaba de terrorismo nunca me imaginé ver algo así y mucho menos en territorio estadounidense. Creo que la gran mayoría de personas, sin distingo de raza ni nivel de educación, compartían mi sentimiento de que el mundo estaba cambiando frente a nuestros ojos.
Los actos terroristas de ese día hicieron entender al establecimiento y al pueblo norteamericano que era imposible mantenerse aislados del resto del mundo. Sin llegar a justificar los hechos, ni mucho menos, la verdad es que ese día despertaron los estadounidenses a la realidad de que estaban inmersos en un mundo más global y en el cual no podían intervenir ni cerca ni lejos de sus tierras sin esperar efectos en casa. Ya antes los Estados Unidos habían tenido actos de terrorismo, pero eran relacionados con asuntos internos y efectuados por ciudadanos propios radicalizados, o eran efectuados contra sus intereses o sus bases en el exterior. Esto cambiaba el juego totalmente: el enemigo externo ahora atacaba adentro.
Por esas cosas de la vida, el 12 de septiembre en el aeropuerto de Heathrow, en la fila para abordar el avión a Roma y rodeados de policía y ejército fuertemente armados, justo delante de mi se encontraba el director de mi facultad quien al verme me dijo: Mauricio, ayer estuve pensando mucho en lo que dijiste en el seminario.
Uno de los efectos importantes de 9/11 fue la destrucción del aura y fama de invencibilidad de los Estados Unidos. El que uno de los grupos más retardatarios y oculto en países con menos recursos y desarrollo hubiera logrado atacar uno de los símbolos del estilo de vida americano, demostraba al mundo que las cosas no eran como las mostraba Hollywood. Un efecto aún más importante tuvieron las reacciones del establecimiento norteamericano a los ataques. La lista es interminable pero el tratar de justificar guerras injustificables con base en una inexistente amenaza terrorista y todo el debate acerca de la zona gris de la tortura y el respeto por los derechos humanos y si los terroristas tenían derechos o no (Guantánamo) fueron el comienzo de la total pérdida de credibilidad, autoridad moral y poder de los Estados Unidos.
Durante mis semanas de vacaciones pude apreciar el cambio de ambiente en Europa y la reacción a una amenaza que nadie veía venir con tal fuerza. Todo lo que pareciera o fuera islámico era una amenaza potencial y los sospechosos de ser criminales cambiaron de cara y de pasaporte. Un tren, un avión, un barco eran posibles armas para los terroristas. Viajar nunca más sería lo mismo. El 5 de octubre me reuní con mi novia en el sur de Europa y el 7 entramos a un país musulmán en Africa, en el cual al caminar por las calles y al ver pasar a una casi rubia, alta y de ojos azules nos gritaban agresivamente "Osama!, Osama! Osama!". Tal vez no era el mejor sitio para estar con la hija de un alto oficial de la Real Fuerza Aérea Británica. De esta manera fuimos notificados de que hacía unas horas los Estados Unidos habían invadido Afganistán. Todo cambiaba para seguir igual.
Gracias mi querido Mauricio Carradini
No hay comentarios:
Publicar un comentario